Se cae de Maduro

3 mayo de 2013


El gobierno chavista ha decidido “prender fuego el campo” debido a su estrepitoso fracaso electoral reciente. Necesita generar un enemigo externo para evitar que la frustración y la desesperación lleven al conflicto y descomposición del bloque de poder.

Ya el proceso de transición, a partir de que Hugo Chávez se despidió de los venezolanos en diciembre, fue extremadamente desprolijo e ilegítimo. De hecho, el Presidente electo no pudo asumir debido a la gravedad de su enfermedad y, sin embargo, las autoridades institucionales venezolanas procedieron a realizar una interpretación de la Constitución sorprendentemente grotesca para permitir que el delfín señalado por Chávez, Nicolás Maduro, pudiera asumir la Presidencia en forma provisoria.

El mecanismo legal utilizado no resiste un mínimo análisis jurídico serio. Maduro era el Vicepresidente saliente y como el Presidente entrante no pudo asumir y en Venezuela a los Vicepresidentes los designa el Presidente, entonces el mandato de Maduro como Vicepresidente había caducado junto con el período presidencial. En tal circunstancia de acuerdo a la letra de la Constitución debía asumir el Presidente de la Asamblea Legislativa, Diosdado Cabello, hasta que se produjera el reintegro del Presidente electo.

Pero no. Las autoridades electorales decidieron que Maduro asumiera la Presidencia interpretando, insólitamente, que había una continuidad del mandato. Y no es que Cabello fuera menos chavista o autoritario que Maduro, simplemente que el legado decía que era Nicolás Maduro el que debía suceder a Chávez.

Sin embargo, transcurridas pocas semanas se produjo el desenlace obvio, el Presidente Chávez falleció. Nadie sabrá cuándo, ni cómo, ni dónde. Ni siquiera se sabrá demasiado de qué tipo de cáncer falleció. A tal punto ha llegado la opacidad en el manejo de la información por parte del régimen, a tal punto se le ha escamoteado la verdad al pueblo venezolano.

En todo caso, se trabajó para que la elección fuera lo más cercana posible al impacto emotivo de la muerte del líder. Apenas cinco semanas después, con el objetivo de que ese acontecimiento tuviera el mayor efecto en el voto de los venezolanos.

Pero, como decía un querido amigo: “donde no hay, no aparece”. Y si algo está claro es que Nicolás Maduro se parece mucho a la ausencia absoluta de ideas y a la total inexistencia de carisma.

Entonces, por más que la campaña estuvo flechada como pocas en la historia, por más que se usó y abusó de la figura de Chávez hasta el cansancio, transformándolo incluso prodigiosamente en una versión alada que trasmitía su mensaje a un candidato incapaz de generar otra cosa que un piadoso y prolongado silencio. Por más que todo se jugó para un solo lado, el resultado (aunque hubiera sido válido, cosa más que discutible) constituyó un vergonzoso fracaso.

Si Maduro ganó, cosa cada día más dudosa, aun dando por válido el resultado del CNE, igual  perdió. Demostró a todos los venezolanos cómo es posible dilapidar una herencia electoral en tan solo cinco meses. Su resultado lo mostró impotente, derrotado, incapaz de asumir un liderazgo heredado sin méritos. Quedó, una vez más, claro en la historia política que los liderazgos no se hacen “a dedo”, no se trasmiten por mera decisión de un líder.

Así es que el 14 de abril se conmemorará, aunque no les guste a los chavistas, como la fecha en que dio comienzo el proceso de descomposición de un régimen que ha sido crecientemente intolerante y autoritario.

Porque, además, el gobierno a cargo de alguien que no tiene talento ni está capacitado para gobernar, tiene que enfrentar una profunda crisis económica, productiva y social que viene arrastrando desde hace ya mucho tiempo.

Por eso necesita agitar el conflicto y el caos, porque tiene que inventar un enemigo externo que evite que los efectos del fracaso provoquen el resquebrajamiento de un bloque de poder que alberga divisiones y temores crecientes.

Entonces el régimen comenzó a mostrar su peor rostro. Lo que ocurrió la semana pasada en la Asamblea Legislativa venezolana es de una profunda gravedad institucional. El Presidente de la Asamblea Legislativa sacó los micrófonos de los legisladores opositores para que no pudieran hacer uso de la palabra en la sesión. Pero no conforme con ello, se los agredió físicamente de manera brutal.

Estamos ante un régimen autoritario que, definitivamente ya no se preocupa por mantener  ninguna fachada de legitimidad.

Los gobiernos de la UNASUR y del MERCOSUR seguirán mirando para otro lado. Ni hablar de la famosa cláusula democrática que con tanta prisa salieron a aplicar cuando ocurrió el juicio político a Lugo en Paraguay. El “democratómetro” funciona según el perfil ideológico de cada gobierno, en realidad lo que importa a buena parte de los gobernantes actuales de esta región es si existe una afinidad ideológica o no.

En estos días el mandatario fallido llegará a nuestro país y, lamentablemente, nuestro gobierno no hará otra cosa que “lisonjearlo” y aplaudirlo, a pesar de todos los pesares. Ojalá alguno de los que están en el gobierno se animen a marcar, al menos, una cautelosa distancia, porque los tiempos que se viven en Venezuela son de honda afectación de las libertades públicas.

Y lo decimos desde nuestras convicciones de cambio social comprometidos con las ideas de una izquierda democrática que, para ser tal, debe ser capaz de rechazar los autoritarismos con independencia del signo ideológico que posea.

En estas cosas se juega la fidelidad y apego a las convicciones democráticas.

Por Pablo Mieres


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