Los 30 millones, la cuotificacion de cargos y

6 septiembre de 2013


Estamos hablando de un cambio con respecto al amiguismo, el clientelismo y el acomodo en los cargos públicos. Estamos hablando de una fuerte crítica a la priorización de criterios de amistad o simpatía partidaria sobre los criterios de idoneidad y calificación técnica. Estamos hablando de la importancia de practicar la austeridad en el gasto público político, esto es en relación al peso que los cargos políticos poseen en el conjunto de la aplicación de los recursos públicos.

La llegada del Frente Amplio al gobierno estuvo, entonces, rodeada de una fuerte expectativa con respecto a cambios en las formas de hacer política, en un sentido de dignificar la actividad y dejar de lado viejos vicios que se habían arraigado a lo largo de la extensísima continuidad de los viejos partidos en el poder.

Sin embargo, casi una década después del acceso del Frente Amplio al gobierno nacional, una de las razones de decepción entre muchos ciudadanos y también de adherentes a ese partido, es la ausencia de cambios relevantes en estos aspectos que hacen a la ética de la función pública.

Ya hemos dicho en anteriores ocasiones que no sirve de mucho tener un Presidente austero si su gobierno no lo es. Es preferible que el Presidente no fuera tan austero y su gestión sí estuviera más preocupada por el gasto público tanto en su monto como, especialmente, en su calidad.

Pero el problema es que, además, durante estos últimos años se han multiplicado de manera injustificable el número de cargos de confianza política en el Estado. Días atrás el Ministro de Economía dio la cifra concreta, el Estado gasta 30 millones de dólares al año en pagar las remuneraciones de un número cada vez más extenso de personal de particular confianza política. Esa cifra equivale a más de la mitad de lo que el gobierno está tratando de conseguir en estos días para sus nuevos planes sociales.

Todos sabemos que en la Cancillería se han multiplicado los cargos políticos para el ejercicio de las funciones diplomáticas, en desmedro de los Embajadores de carrera. Todos sabemos que Presidencia de la República está cada vez más hipertrofiada en materia de funcionarios políticos. Todos sabemos que se distribuyen los cargos políticos por criterios de estricta cuotificación entre los diferentes sectores que integran el partido de gobierno.

Recordamos que hace muy poco tiempo la sustitución del Ministro de Salud Pública fue definida y anunciada antes desde el partido al que le tocaba el cargo que el Presidente conociera a la sustituta. Nadie duda de que la actual Ministra de Salud Pública está en el cargo antes que nada por ser comunista que por ser la más adecuada para dirigir esa cartera.

Hace pocos días nos enteramos que un dirigente del MPP, que fue destituido de un cargo de confianza en la Intendencia de Montevideo por el fracaso evidente del corredor Garzón, ahora acaba de ser nombrado en un cargo de dirección en la Corporación Ferroviaria.

Solo dos ejemplos, más bien recientes, de tantos que se pueden señalar en estos años. Por otra parte, la existencia de mayorías parlamentarias absolutas ha permitido disminuir seriamente las posibilidades de ejercicio del control político. Las comisiones investigadoras en el Parlamento han dejado de existir aunque su formación fuera absolutamente obvia, los pedidos de informes de los legisladores son respondidos según la sensibilidad del jerarca de la repartición correspondiente y las interpelaciones han perdido toda eficacia.

La disciplina partidaria se ha convertido en un principio superior, a tal punto que han existido casos en los que algunos legisladores del partido de gobierno han votado por disciplina partidaria normas que ellos mismos consideraban inconstitucionales. En definitiva, se ha instalado la idea de que ser disciplinado con el partido es más importante que votar normas inconstitucionales.

Este es, junto con la deuda social expresada en el fracaso educativo, la crisis de la salud y la falta de impacto integrador de las políticas sociales, uno de los motivos de decepción de muchos ciudadanos que apostaron al Frente Amplio con expectativa y entusiasmo. Porque no hay la menor duda de que, independientemente de la decisión electoral final, muchos uruguayos han perdido el entusiasmo con la apuesta al cambio que apoyaron unos años atrás.

El problema es que esta circunstancia alimenta el escepticismo ciudadano y la idea perniciosa de que en la política “son todos iguales”. A pesar de que en todos los partidos existen dirigentes decididos a cambiar estas cosas que tanto mal le hacen a la actividad pública.

Por Pablo Mieres


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