La deuda con los niños sigue pendiente

3 noviembre de 2012


La evolución de los nacimientos y de la estructura demográfica de nuestro país indica que el proceso de envejecimiento es cada vez más acentuado y vertiginoso. Los nacimientos por año se han reducido fuertemente, pasando en los últimos quince años de alrededor de 59.000 a tan solo 47.400 en 2010. El porcentaje de los menores de 15 años en el total de la población se redujo de 1985 a 2011 del 26.7% al 21.8%, mientras que los mayores de 65 años crecieron en el mismo período del 11.2% al 14.1%.

De modo que cada vez los niños y adolescentes de nuestro país son proporcionalmente menos en su representación porcentual en el conjunto de la sociedad. Sin embargo, a pesar de ello, no ha habido una respuesta desde las políticas públicas que permita mejorar sustancialmente la situación de nuestra infancia.

En efecto, nuestro país presenta una de las peores proporciones en la relación entre el peso de la pobreza entre los niños y los de mayor edad a nivel internacional. En efecto, los niños menores de cinco años son seis veces más pobres que los mayores de sesenta y cinco años. De modo que por cada persona mayor de sesenta y cinco años de edad que está en situación de pobreza existen más de seis niños menores de cinco años en la misma situación.

Lo más grave es que esta relación es exactamente igual a la que existía hace diez años, antes de la crisis de 2002 y después de siete años de crecimiento económico fuerte y continuo. De modo que las decisiones de políticas públicas tomadas durante los últimos años no han atenuado en nada esta grave desigualdad intergeneracional.

Como hemos dicho muchas veces, desde que el inolvidable y lúcido Juan Pablo Terra señalara que Uruguay vivía un grave proceso de infantilización de la pobreza, que como los niños no están organizados, no votan ni tienen voz propia y siempre quedan a “la cola” en las decisiones públicas. Tampoco los padres jóvenes con hijos chicos poseen la misma capacidad de presión que tienen y ejercen las personas de mayor edad en nuestro país.

Sin embargo, parece increíble que nuestro país no pueda mejorar sustancialmente esta inequidad cuando el número de niños y adolescentes es cada vez menos proporcionalmente al conjunto de la población. Uno se pregunta que hubiera pasado si en nuestro país se registraran las tasas de crecimiento poblacional propias de otros países de América Latina.

Para confirmar esta injusticia, los menores de cinco años en situación de pobreza son más de una cuarta parte (27.3%), mientras que los pobres en el conjunto de la sociedad uruguaya son la mitad (13.7%) y entre los mayores de 65 años son apenas el 4.4%.

Sin embargo, a pesar de esta realidad que “rompe los ojos” en materia de injusticia, las decisiones que permitirían mejorar estas situaciones han quedado relegadas en la toma de decisiones del gobierno. Por ejemplo, este año la normativa propuesta para extender las licencias por maternidad y paternidad quedó postergada frente a los reclamos de sectores corporativos que tienen mayor capacidad de presión. El establecimiento de un robusto sistema de cuidados sigue siendo una aspiración incumplida.

Si a esta circunstancia se agrega el estrepitoso fracaso del cambio de la educación, cuyos principales destinatarios son nuestros niños y adolescentes, el panorama se completa de manera totalmente adversa y demuestra la enorme dificultad para dar respuesta a la problemática de nuestros niños.

El gobierno no ha dado las respuestas necesarias y ha quedado preso y atado a los reclamos de los sectores corporativos. Por otra parte se corre el riesgo de que el ciclo de prosperidad termine sin que se hayan tomado las decisiones imprescindibles para revertir la injusticia intergeneracional existente.

Pero buena parte de los partidos históricos tampoco se han preocupado de esta situación y, por el contrario, su principal reivindicación con respecto a los adolescentes uruguayos consiste en estigmatizarlos aun, impulsando iniciativas exclusivamente represivas.

Hace muy bien UNICEF en generar este llamado de atención sobre las deudas pendientes que nuestro país se empecina en seguir postergando. Mientras tanto nuestros niños y adolescentes viven en un país que podría darles un mejor trato y, sin embargo, se lo niega reiteradamente.

Pablo Mieres


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