Del dicho al hecho

21 julio de 2013


Pues bien, los resultados son muy significativos. Casi dos tercios le reconoce al gobierno una orientación correcta, pero ocho de cada diez opina que está mal gestionado. Si se combinan ambas posturas, solo un 16% está conforme con el desempeño del gobierno, aunque casi la mitad le reconoce que está bien orientado aunque mal gestionado y el cuadro termina con un tercio que opina que está mal orientado y mal gestionado.

Esto significa que la enorme mayoría de los uruguayos no está conforme con los resultados de este gobierno, aunque muchos le atribuyan buenas intenciones. Como bien se sabe “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.

La distinción es importante por muchas razones.

En primer lugar porque es una buena aproximación a medir la distancia que existe entre el decir y el hacer; entre el discurso y la acción. Justamente este es uno de los asuntos centrales para la evaluación de cualquier gobierno; de muy poco vale decir cosas sensatas y compartibles si luego estas afirmaciones no se respaldan con acciones, conductas o decisiones concretas.

El campo del gobierno es el campo de las realizaciones, de los logros, de los resultados. Por lo tanto, un déficit de gestión equivalente al 80% es un asunto grave. Sobre todo si este porcentaje se obtiene en un país en el que a la hora de declarar intenciones de voto, el mismo partido de gobierno obtiene alrededor del 40%. Esto significa que la mitad de los frenteamplistas piensan que el gobierno es malo haciendo lo que tiene que hacer, aunque esté bien intencionado.

En segundo lugar, es una buena forma de entender por qué el Presidente sigue teniendo importantes niveles de simpatía. Porque una mayoría amplia le reconoce buena orientación o, lo que es más o menos lo mismo, “buena intención”; además si algo caracteriza a José Mujica es su elocuencia o su capacidad para reflexionar y filosofar, lo que produce cierta cercanía con el conjunto de los uruguayos.

El problema es que a los gobiernos y a los gobernantes no se los elige para que reflexionen o hablen bien; sino que el rasgo central de cualquier gobierno es su capacidad de realizar, lograr, construir, producir resultados efectivos. La reflexión sola está buena para una “ronda de boliche” o para un programa periodístico, pero no alcanza para generar resultados de gobierno.

Es más frecuente de lo que parece encontrar en la vida a personas que creen en el “valor mágico” de la palabra. Es decir que piensan que basta con decir o expresar un objetivo para creer que este se ha logrado, cuando en realidad enunciar una meta es tan solo el primer paso en el arduo camino de la construcción de realidades nuevas.

En tercer lugar, esta distancia entre la orientación y la gestión pone de manifiesto la diferencia que existe entre una campaña electoral y un desempeño gubernamental. La campaña es el mundo del “decir” del “proponer” del “comunicar”, mientras que el desempeño gubernamental es el mundo de lo concreto, de las políticas, de los resultados.

Muchas veces la gente se decanta por el que mejor dice, sin tener en consideración que lo que importa es lo que después se hace.

Y se nos va el período de gobierno sin que existan logros efectivos, a pesar de las enormes posibilidades y oportunidades que se presentaron en estos tiempos. Esta es la gran responsabilidad del gobierno que termina, no haber aprovechado el tiempo para hacer.

Se acaba la gran época de bonanza, porque como bien ha dicho recientemente Gerardo Caetano, la época de las vacas gordas ya no refiere al pasado, ha sido justamente ahora en estos tiempos. Sin embargo, la paradoja es que para estos tiempos, con tanto margen de maniobra y tantas posibilidades, se eligió un gobierno con muy poca capacidad de realización.

No hay forma más gráfica de explicar lo que pasó que identificar los temas de la agenda que serán prioritarios en la campaña del año que viene. Educación, seguridad, reforma del Estado, salud, relación con Argentina, inserción internacional y desarrollo de la infraestructura y la logística serán los asuntos centrales en el debate del 2014.

¿Cuáles eran los grandes temas de la agenda electoral de 2009? Educación, seguridad, reforma del Estado, relación con Argentina, inserción internacional y desarrollo de la infraestructura y la logística y energía. Prácticamente la mismísima agenda, nada más que con cinco años más de demora en dar respuesta a los problemas planteados, lo que en los términos de la actual dinámica del mundo es una eternidad.

Resulta conveniente que los ciudadanos, que han sido tan perspicaces en distinguir entre “orientación” y “gestión” también tengan el “olfato” para distinguir en la próxima campaña entre las promesas y las efectivas posibilidades de actuación.

Por Pablo Mieres


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